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The Taking of Pelham 123 (Tony Scott, 2009)   Leave a comment

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Un tren metropolitano de Nueva York es secuestrado en su viaje del mediodía por cuatro personas. Mantienen en su poder a 17 rehenes y exigen diez millones de dólares. Este tipo de ficciones son muy habituales en el cine americano. Desde las cintas de acción de Hollywood donde un héroe tiene que infiltrarse sigilosamente y acabar con los secuestradores hasta las cintas liberales que utilizan el secuestro para hablar de los males de la sociedad americana, caso de la modélica Dog Day Afternoon (Sydney Lumet, 1975). La película de Tony Scott incide asimismo en la relación entre Ryder (John Travolta), el secuestrador del tren, y Garber (Denzel Washington), el trabajador encargado de regular el tráfico de los trenes; un poco a la manera de The Negotiator (F. Gary Gray), salvo que en esta ocasión, Scott renuncia a los golpes de efecto de guión (aquella estaba dominada por el enfrentamiento entre Samuel L. Jackson y Kevin Spacey, a partir de los casos de corrupción que iban saliendo a la luz) en favor de establecer una relación más íntima entre ambos, basada en confesiones personales, declaraciones vitales y confesiones religiosas.

Tony Scott, antaño conocido como director de películas de acción ultracomerciales al servicio de las nuevas estrellas de Hollywood (desde que estableciera un traspaso de poderes generacional, de Catherine Deneuve a Susan Sarandon, en The Hunger), ha ido adquiriendo progresivamente un estilo más pausado y relajado. Mientras su hermano Ridley tira por la borda el prestigio conseguido en los primeros años de su carrera, Tony realiza películas crepusculares sobre héroes (o villanos) cansados de serlo, superados por el rumbo de los acontecimientos. El primer paso en esta reconsideración fue Man on Fire (2004), donde aparecía tanto el director melancólico (toda una primorosa primera mitad) como el videoclipero y epiléptico, a la manera de la familia Scott. Ciertamente, me desconcertó Domino (2005), estresante cinta posmoderna, exagerada y feísta, protagonizada por la pujante Keira Knightley que se podría interpretar como una reflexión acerca del devenir de la generación Mtv (en ella aparecían Brian Austin Green y Ian Ziering, de 90210 interpretándose a ellos mismos). Una película en la que Scott hacía uso de todos los filtros fotográficos imaginables al servicio de un montaje inexplicable, excesivamente snob y pretencioso. Pero resurgió de sus cenizas con su obra maestra Déjà Vu (2006), donde recuperaba los aciertos de Man on Fire para una historia acerca de un policía que debía capturar al autor de un atentado acaecido en Nueva Orleáns. Scott unía los dos grandes traumas recientes de la Historia americana (el 11-S y el Katrina) en un film acerca de la frustración de llegar tarde a todos los sitios. El protagonista, obsesionado con los atentados y con el rostro de una mujer (pista fundamental para resolver el enigma del film) fracasará en su intento de salvar a una nación, pero también en salvarse a sí mismo.

Esa frustración se repite en The Taking of Pelham 1-2-3, donde el individuo se siente superado, incluso determinado por ese gigante incontrolable llamado América. Garber, un hombre humilde, felizmente casado, está acusado de corrupción y es despreciado por sus compañeros. Tras convertirse en un héroe por su gestión del secuestro, nunca sabremos si realmente es culpable. Ryder, por su parte, es un broker venido a menos, hundido por las variables bursátiles, que únicamente quiere ver cómo el sistema se tambalea. Y lo consigue durante unos instantes, pero como bien dice una de las máximas del liberalismo, el mercado se autoregula y todo vuelve a la normalidad. Garber y Ryder aparecen como víctimas, incapaces de controlar su destino, de imponerse por encima de los condicionantes sociales, económicos y políticos. Pero han conseguido, durante un breve periodo de tiempo, poner en jaque al sistema, a una autoridad incapaz de hacer frente a una crisis. Esta autoridad, personificada en la figura del alcalde de Nueva York (James Gandolfini) es una víctima más de la idea de América; en lugar de ofrecer el habitual relato despectivo del político, Scott lo muestra como una autoridad, cuyo origen quizás sea perverso, pero que trata de hacer el bien, no con demasiada buena fortuna. El hermoso final, lo mejor de toda la película, sigue a Garber camino de su hogar en un tren metropolitano, viendo como la ciudad se baña por el atardecer. Hoy ha sido un héroe, mañana quién sabe.

Publicado 28 noviembre 2009 por Nick en Cine estadounidense

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